Hoy en día eso ha cambiado. El miedo y el rechazo a lo que te ofrecen por la calle ha aumentado. Como un respingo automático a agilizar la marcha o a esquivar es lo que sufre la gente cuando se le dirige alguien en la calle. Y ya, ni siquiera la socorrida recogida de firmas tiene el mismo éxito. La gente no quiere entender que hay algo más allá del borreguismo, que existe más allá de lo que vemos delante de nuestras narices.
Los más listillos llegan a hacerse jueces de los que deben presentarse a las urnas y los que no, creyéndose más importantes al ver que con su firma (o no firma) pueden hacer que una formación política no se presente siquiera y no cumpla con ese precioso artículo constitucional (y también falso, como los otros) que dice que toda persona tiene derecho a presentarse a unas elecciones.
Con el movimiento del 15-M, aunque no lo he conocido en profundidad, pensaba que el ciudadano de a pie había moldeado su conciencia social y estaba más apegado a un sentimiento de pertenencia o de lucha utópica contra el poder. Que pensaba que, aunque fuera una quimera, se podía hacer algo. Nada más lejos de la realidad. Como el paro en España, la cosa está igual o peor.
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