Os dejo unas fotos de la pasada III Marcha en Solidaridad con los Inmigrantes. De igual forma, y aprovechando lo actual que han sido los CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros) en los últimos días, os paso un artículo publicado en El País.
Lo que se ve a simple vista son rejas; las celdas con literas para ocho, un lavabo y estanterías abiertas, sin inodoros ni taquillas. En las llamadas salas de ocio no hay ocio: son dos estancias (una para hombres y otra para mujeres) sucias, oscuras, estropeadas, llenas de papeles y envoltorios por el suelo, cuyo único mobiliario son unas pocas mesas y sillas de acero, una tele sin mando a disposición de los internos y unas máquinas con tentempiés y bebidas (espacios insuficientes, según los jueces).
Hay personas sentadas en el suelo sobre mantas o sacos de dormir. El frío de enero vacía los patios. El servicio médico está a tope, pero no existe una estancia de enfermería para aislar a algún interno si lo necesita y su enfermedad no es tan grave como para trasladarlo a un hospital. La única celda con inodoro es la de aislamiento: un minúsculo espacio de azulejos con aspecto desolador y un banco de cemento que hace las veces de cama (sobre el que se coloca un colchón) en la que asusta imaginarse mucho tiempo. Es el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Aluche (Madrid). Funciona de forma muy parecida a una prisión, pero sus condiciones son peores que la mayoría de las modernas cárceles españolas. Sus internos no son presos. Están allí, sobre todo, por una infracción administrativa: entrar en España sin cumplir los requisitos. Son inmigrantes sin papeles.
Las mujeres, una treintena durante la visita, pueden pasar casi todo el día en la sala de ocio, donde también se desayuna, come y cena. Los hombres, aproximadamente doscientos, no caben todos juntos, de forma que se hacen dos turnos. Los del primero pasan la mañana en la estancia común y después de comer suben a las celdas. Entonces bajan los del segundo. Las celdas no se cierran durante el día y pueden estar entre los módulos, pero no hay nada que hacer.
Las mujeres están más tranquilas, sentadas o tumbadas, hablando en pequeños grupos o durmiendo en el suelo. La sala de los hombres está a reventar, y las quejas se suceden. Soy el 3.399. Por favor, quiero que me expulsen ya a mi país. Este sitio es insoportable, sucio, horrible. No hay nada, nada que hacer durante las horas que pasamos aquí. Mezclan a delincuentes con gente que no tiene papeles pero que jamás ha hecho nada malo. Hay locos que, hasta que los detectan y separan, pueden hacer cualquier cosa a los demás. No nos dejan tener con nosotros el teléfono móvil.
Ni la maleta con nuestras cosas. Ni podemos poner una sábana en la litera para que no nos dé la luz. Los internos, como el que habla, un argentino desesperado por volver a su país, se identifican con un número, no con su nombre y apellidos. Muchos escriben o gritan sus cifras identitarias mientras expresan un sinfín de quejas por la situación del centro.
Las protestas de los internos, en este y en otros CIE, llevan años sucediéndose. En estos momentos hay unos 750 internos el 65% de su capacidad en los nueve centros abiertos (en Algeciras, Barcelona, Málaga, Murcia, Fuerteventura, Las Palmas, Tenerife y Valencia, aparte del de Madrid), según aseguran fuentes policiales. Aunque no se reparten por igual entre todos ellos. Algunos están llenos y otros, como los tres de Canarias, muy por debajo de su capacidad; alguno, semivacío.
Los extranjeros, que en principio están allí por haber cometido una falta administrativa, pueden pasar encerrados un máximo de 60 días para que se proceda a la expulsión. Aunque no son presos, están privados de libertad, y para mantener el orden y asistirlos solo hay policías, que se ven obligados a hacer las veces de funcionarios de prisiones. La Defensora del Pueblo ha pedido que los agentes se dediquen solo a la vigilancia externa y que dentro sean sustituidos por asistentes sociales.